La empatía universitaria no se trata simplemente de “ser buena gente” o de tolerar al otro. Es la capacidad profesional, emocional y ética de comprender el mundo interno del estudiante sin juicios

Empatía universitaria: una herramienta generacional. — En los pasillos de nuestras universidades no solo transitan libros, fórmulas, teorías y evaluaciones. También caminan sueños, miedos, duelos, ausencias y conflictos invisibles que pocas veces tienen espacio para ser nombrados. Desde la mirada de la psicología, es urgente reconocer que la universidad es un ecosistema emocional, y que en el centro de ese ecosistema está el vínculo entre el estudiante y el docente. En ese espacio relacional, la empatía no es un adorno, sino una herramienta generacional imprescindible.
La empatía universitaria no se trata simplemente de “ser buena gente” o de tolerar al otro. Es la capacidad profesional, emocional y ética de comprender el mundo interno del estudiante sin juicios, de acompañar su proceso educativo con una escucha activa que vaya más allá del contenido académico. Es la habilidad de un docente para leer silencios, identificar señales de alarma, ofrecer cercanía humana sin vulnerar los límites del rol, y construir con el otro una relación significativa que favorezca el aprendizaje integral.
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En tiempos de profundas transformaciones sociales, culturales y tecnológicas, ser docente universitario implica mucho más que enseñar una cátedra. Implica formar ciudadanos críticos, éticos y emocionalmente competentes. Y en ese sentido, la empatía deja de ser una “blandura emocional” para convertirse en una competencia profesional de alto impacto.
La universidad como territorio emocional
Aunque la educación superior suele centrarse en el rendimiento, la eficiencia y la producción intelectual, es cada vez más evidente que el aprendizaje real no se produce en un vacío emocional. El estudiante que llega tarde porque cuida a su abuela, el que no entrega trabajos por ansiedad o el que sonríe, pero atraviesa una ruptura familiar, son realidades humanas que conviven con el deber académico. Ignorar eso es deshumanizar la enseñanza.
La empatía universitaria invita a ampliar la mirada del docente. No significa justificar irresponsabilidades, sino comprender el contexto para intervenir de manera más justa y transformadora. No se trata de renunciar a la exigencia, sino de ejercerla desde una pedagogía que entienda que aprender también es sanar, contener y acompañar.

El docente como figura de contención emocional
A lo largo de los años, como psicólogo clínico, he escuchado en consulta a jóvenes que no recuerdan con exactitud una fórmula matemática, pero sí recuerdan con claridad qué profesor los humilló en clase o qué profesora les dijo “sé que puedes, no te rindas”. Esto evidencia que el rol del docente universitario no solo se inscribe en el plano cognitivo, sino también en el afectivo. La huella que deja un docente puede acompañar —o herir— durante toda la vida.
Muchos estudiantes universitarios viven con altos niveles de ansiedad, inseguridad, presión familiar o conflictos internos. En este contexto, el docente que practica la empatía no es aquel que “se hace el psicólogo”, sino aquel que reconoce la dimensión emocional del proceso educativo y responde con sensibilidad, ética y respeto. La empatía no sustituye la función terapéutica, pero sí puede prevenir muchas crisis si es bien canalizada desde el aula.
Empatía generacional: comprender a la juventud de hoy
La brecha generacional entre docentes y estudiantes no puede seguir siendo un campo de batalla. Muchos docentes formados en contextos rígidos o verticales se sienten frustrados con estudiantes que hoy piden espacios de diálogo, flexibilidad y reconocimiento. Sin embargo, lejos de caer en juicios o estigmas, es necesario entender que la juventud actual vive atravesada por otras lógicas culturales y emocionales. Comprender eso no es claudicar, sino actualizar nuestra pedagogía.
La empatía generacional nos invita a abandonar frases como “en mis tiempos eso no pasaba” y a abrirnos a preguntas como: “¿Qué está viviendo esta generación? ¿Qué heridas arrastran? ¿Qué redes afectivas los sostienen o los sabotean?”. Solo desde esa mirada podemos construir puentes de comprensión que fortalezcan la docencia universitaria como un acto verdaderamente humano y generativo.
La empatía como competencia pedagógica
En los últimos años, diversos estudios sobre competencias docentes coinciden en la necesidad de incorporar habilidades socioemocionales en la formación del profesorado universitario. La empatía, junto con la comunicación asertiva, la autorregulación emocional y la escucha activa, ya no deben ser vistas como “cualidades deseables”, sino como herramientas indispensables para ejercer una docencia humanizada y efectiva.
Un docente empático no es condescendiente. Es exigente, pero justo. Sabe poner límites, pero desde el respeto. Reconoce el error sin descalificar al estudiante. Sabe que detrás de una mala nota puede haber un duelo no resuelto, una carga laboral extrema o una autoexigencia paralizante. Por eso, su intervención pedagógica va acompañada de humanidad, sin perder el rigor académico.
Educar desde la empatía no es debilidad, es liderazgo
Existen aún prejuicios que asocian la empatía con la debilidad o la falta de autoridad. Sin embargo, en la psicología educativa contemporánea, se reconoce que los docentes más efectivos son aquellos capaces de combinar firmeza con sensibilidad, estructura con contención. La empatía no debilita la figura del docente, la enriquece. Le permite ejercer un liderazgo basado en la confianza, la motivación y el reconocimiento mutuo.
En este punto, cabe recordar que la empatía no solo debe ejercerse hacia el estudiante, sino también entre colegas y hacia uno mismo. Un cuerpo docente agotado, desvalorizado o emocionalmente sobrecargado difícilmente podrá ser empático con otros. Por eso, cuidar la salud mental del personal universitario es también una acción pedagógica.
Hacia una universidad emocionalmente inteligente
La empatía universitaria no es un lujo, es una necesidad generacional. En tiempos de crisis, polarización y ansiedad colectiva, los docentes que enseñan desde la empatía siembran mucho más que conocimientos: siembran resiliencia, identidad, pertenencia y humanidad. No se trata de convertir la universidad en un consultorio, pero sí en un espacio donde los afectos sean reconocidos, comprendidos y canalizados de manera saludable.
Desde la psicología proponemos una mirada integradora que articule el conocimiento con la emoción, la norma con la escucha, la evaluación con la contención. Una universidad emocionalmente inteligente es aquella que no sacrifica el bienestar por la productividad, y que entiende que detrás de cada estudiante hay una historia que merece ser comprendida.
Los docentes universitarios tenemos la posibilidad —y la responsabilidad— de ser agentes de cambio. Dejar de ver la empatía como un añadido y comenzar a vivirla como una herramienta generacional que transforma aulas, dignifica trayectorias y humaniza el conocimiento.
EO // Redacción de: Dr. Trino J. Gascón G.
Psicólogo Clínico, de la Salud y Hospitalario