En ciertos lugares esta hermosa advocación mariana recibe otros nombres: “Virgen de la Dulce Espera” o “La Virgen Encinta”

Este 18-Dic celebramos a la Virgen de la O, protectora de las mujeres embarazadas-. Cada 18 de diciembre la Iglesia celebra a la Madre de Dios bajo la advocación de la “Virgen de la Esperanza”, conocida popularmente como la “Virgen de la O”.
Bien podemos llamar a la Virgen de la O: “Madre del Adviento”, porque Ella nos enseña a esperar con paciencia en Dios. Imitemos a María, y aprendamos a esperar en las promesas de Dios. Ella, que vivió “la dulce espera”, sin miedo, sin angustia o ansiedad, nos da ejemplo de confianza en el Altísimo.
En ciertos lugares esta hermosa advocación mariana recibe otros nombres: “Virgen de la Dulce Espera” o “La Virgen Encinta”. Cualquiera sea el caso, los fieles devotos miran a María en esa dimensión esencial de su vida: la de la maternidad ejercida, con los cuidados propios de la gestación, y todo aquello que implica eso que llamamos el “estado de buena esperanza” o el periodo de “la dulce espera”.
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Por eso, así como cada mujer con un hijo en el vientre puede encontrar en la la Madre de Dios una compañía cercana, alivio, fortaleza y esperanza, la celebración de la Virgen de la O resulta también propicia para enriquecer y profundizar en aquello que la Iglesia vive durante los días del Adviento.
Origen de la devoción
La advocación de la “Virgen de la O” tiene su origen en una antigua tradición inspirada en la Liturgia de las Horas.
Entre el 17 y el 23 de diciembre, las antífonas para el cántico evangélico de Vísperas, el Magnificat, empiezan siempre con la exclamación admirativa “oh”. En otras palabras, a María se le invoca durante esos días con exclamaciones como: “Oh, Sabiduría…; “Oh, Adonai…”; “Oh, renuevo del tronco de Jesé…”; “Oh, llave de David…”. A estas se les llama “antífonas mayores” o “antífonas de Adviento”.
La repetición constante e insistente del “oh” para introducir las menciones en honor a la Virgen dió origen al título “Virgen de la Oh”. Luego, muy probablemente, dejó de escribirse la letra “h”, siendo esta un grafema sin valor fonético. De esta forma, la advocación pasó a llamarse simplemente “Virgen de la O”.
Por otro lado, ya que desde los primeros siglos del cristianismo los fieles querían recordar y celebrar la dulce espera de María, en el año 656, durante el décimo concilio de Toledo (España), se instituyó la fiesta mariana de la “expectación del parto” o “de la espera”. Esta fue fijada para el 18 de diciembre, una semana antes de la Navidad. Así, la fiesta de la Virgen de la O terminó asociada para siempre con el tiempo litúrgico “de la espera”, el Adviento.
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La experiencia radicalmente humana y divina de engendrar una nueva vida suele transformarlo todo. El anuncio de que un nuevo ser está por venir es siempre motivo de esperanza, o, al menos, debería serlo.
Es verdad que en una “cultura” como la nuestra, con visos contrarios a la vida, la llegada al mundo de muchos seres humanos se percibe como un “problema”, que compromete libertades y sueños, cuando debería ser todo lo contrario.
La Virgen, como madre que es, alecciona, da ejemplo y acompaña a padres y madres en el sendero que se dirige a recibir una nueva vida. La Virgen de la O, así, se constituye para los progenitores en símbolo de esperanza. Contemplando a la Madre de Dios en los días previos al alumbramiento de Jesús, con muy poco, con casi todo en contra, experimentando soledad y pobreza, vemos a una mujer dispuesta a todo por su hijo. Ella acoge la vida divina con amor y la potencia con su sacrificio en el día a día. Por eso, cualquier madre que se pone en manos de Dios, nunca será defraudada.
EO/// Con información de: Noticias Fe y Alegría
