El arte de vivir no reside en acumular grandes logros o en perseguir la felicidad en el futuro. Reside en darnos cuenta del aquí y ahora

Apreciar lo cotidiano es el arte invisible de vivir – Hemos olvidado el poder transformador de lo simple. Nos afanamos en buscar la grandeza, sin darnos cuenta de que la vida, en su esencia más pura, se despliega en los pequeños detalles que a menudo ignoramos.
Piense por un instante en el roce del viento en su piel, un hermoso recordatorio de que respira. O en el simple hecho de despertar, cada mañana, un regalo inmerecido que damos por sentado. ¿Cuántas veces un “hola” sincero o una sonrisa furtiva iluminan nuestro día y apenas lo notamos?
La vida se teje con hilos invisibles de gratitud. Desde la imponente presencia de los árboles que nos dan oxígeno, hasta las personas que se cruzan en nuestro camino, cada una con su propia historia, su propia luz. Son estas interacciones fugaces, estos momentos imperceptibles, los que realmente nutren nuestra existencia.
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Es hora de reenfocar nuestra lente, de redescubrir la belleza en lo cotidiano. De darnos cuenta de que la felicidad no es un destino, sino el camino que pavimentamos con la apreciación de cada instante.
Cuando aprendemos a ver la belleza en el «todo lo que envuelve tu día», desde el canto de un pájaro hasta el calor de una taza de café, desde la luz del sol que se filtra por la ventana hasta el sonido de la lluvia, es cuando realmente comenzamos a vivir. Dejamos de ser meros espectadores y nos convertimos en participantes activos de nuestra propia existencia.
Así que la próxima vez que el viento sople, o un desconocido le ofrezca una sonrisa, deténgase. Obsérvelo. Siéntalo. Agradézcalo. Porque en esa pausa, en esa conciencia plena, reside la verdadera revolución, la de vivir plenamente, un día a la vez.
EO// Redacción: Nangelys Gamboa