Ahora que está en uso casi generalizado la inteligencia artificial con la aplicación de la herramienta ChatGPT, quise hacer uso de ella preguntándole sobre la relación entre el amor y la economía, a propósito de un artículo que escribiera años atrás.
Aquí la respuesta del ChatGPT: “Desde una perspectiva económica, el amor puede ser visto como un recurso limitado y escaso que se asigna a través de un proceso de elección racional. Según esta perspectiva, las personas utilizan su tiempo, recursos y energía para buscar y mantener relaciones románticas, considerando los costos y los beneficios.
En ese sentido, las características que hacen a una persona atractiva para una relación romántica, como la belleza, la inteligencia y la personalidad, se consideran bienes o atributos que aumentan su valor como pareja.
La perspectiva económica también puede ver las relaciones románticas como una forma de cooperación mutua, donde las partes comparten recursos y aumentan su bienestar.
Esta perspectiva económica no aborda el amor como un sentimiento o emoción, sino como un fenómeno social y económico que se rige por leyes y principios económicos”.
Ahora veamos lo que escribí hace un tiempo, con algunas revisiones y ampliado. Los elementos comunes que encontré entre el ChatGPT y mi escrito, es que la relación de pareja tiende a producirse por razones económicas y sociales, revestidas de eso que llaman amor.
Al margen del origen histórico católico que motivó la celebración del día de San Valentín, el 14 de febrero se ha constituido en una fecha cada vez más importante para jóvenes y adultos, en ocasión del día del amor y la afectividad. La relevancia de la conmemoración no solo es porque se profesa sentimiento; sino porque desde el ámbito económico las ventas en el comercio se dinamizan; luego de la ralentización de enero.
Como el amor o la afectividad es una variable personal de tipo sentimental, el enfoque que la economía puede hacer de la festividad debe ser de carácter microeconómico; de manera, que vamos a referirnos a aspectos relativos a la demanda, oferta, precio y necesidades individuales en el mercado del amor, que se celebra especialmente en febrero de cada año.
Entonces, relevante es preguntar: ¿qué hace la economía hablando del amor? ¿Acaso la economía no trata sobre la producción, recursos, demanda y oferta, precios y necesidades insatisfechas, especialmente en libre mercado?
Claro que sí. De eso trata la ciencia económica y justo por eso le suma méritos realizar esfuerzos que permitan enfocar el amor desde la perspectiva microeconómica, como forma de enriquecer su tratamiento concerniente al amor, más allá de las perspectivas psicológica, médica, filosófica, literaria, histórica y antropológica.
El amor es una expresión de sentimiento hacia otra persona, y para mantenerse debe encontrar reciprocidad, o resultaría insuficiente por sí solo, por lo que se requiere que sea de doble vía, dada la necesidad que tiene de ser correspondido.
En la definición del amor, la economía está presente, al menos a través de los conceptos de demanda, oferta y necesidad. Por el lado de quien entrega amor está la oferta a la espera de ser correspondida. En la otra acera, la demanda, resultando una interacción que envuelve una tercera variable, el precio y, como el amor es escaso, suplir la necesidad, su precio tenderá a moverse hacia el alza.
En el mundo del amor, las necesidades van desde la compañía, el afecto, el cuidado, la protección, el diálogo, el apoyo monetario, el sexo, entre otras. Para encontrar la satisfacción de esas necesidades, es una condición demandarlas, a la espera de quien las oferte.
En el mercado tradicional del amor, asociado más al pasado, la demanda se asociaba al hombre, pues era él quien procuraba a la mujer, tomaba la iniciativa, se le acercaba; en cambio, la mujer, asumía una posición conservadora, cauta, de exhibición sutil de llamar la atención, características que la acercaban al lado de la oferta.
Hoy día, el mercado del amor se ha transformado, resulta difícil identificar a cuál género le corresponde la demanda o la oferta. La mujer contemporánea es más independiente, competente y con mayores derechos sociales que en el pasado, llegando en ocasiones a asumir iniciativas como demandante; mientras que el hombre, al entender que la mujer es menos escasa, tiende a disminuir su demanda y hasta espera que les den señales de oferta.
En la sociedad moderna del presente, se produce en determinados segmentos del sexo femenino una demanda de tipo inelástica, pues en la medida que ellas les adicionan más valor a sus atributos, su precio tiende a aumentar sin disminuir la cantidad demandada; en cambio, las que no le agregan valor, no nacen con ellos o no lo mejoran, su precio se deprime y la demanda es menor.
En la microeconomía se conocen dos tipos de mercados, el perfecto y el imperfecto. El primero dispone de mucha información de calidad, de libre mercado y racionalidad de los consumidores; el segundo, al operar en condiciones opuestas es el que más ocurre en la realidad; igual situación se da en el mercado del amor, que resulta ser imperfecto.
Entonces, como en los mercados imperfectos, la data es insuficiente y de baja calidad, y como el corazón procesa parte importante de la información, complementando la función del cerebro en la parte racional, la exposición al riesgo de quien asume el rol de demandante es más alta en el oferente y la mujer de hoy lo sabe por lo que aumenta su cotización.
En el mercado del amor no existe competencia perfecta. Nadie o muy pocos tienen acceso en calidad y cantidad a la información, produciéndose una asimetría a favor del oferente que posee las cualidades y atributos más ventajosos para satisfacer la demanda.
Cuando la mujer asume el rol de la oferta, quien tiene los atributos y cualidades para satisfacer las necesidades indicadas las exhibe y las ofrece, o es conquistado por la demanda, entonces aparece el punto de encuentro y se inicia el proceso hacia la felicidad, maximizando ambos el bienestar, el amor.
En cuanto a la escasez, quienes poseen los atributos que satisfacen las necesidades anteriormente señaladas, tienen ventajas competitivas, que los pueden llevar hasta ser monopólicos, o monopsonio, si está en condición exclusiva de poderlas comprar, dándose el fenómeno en ambos que el precio es determinado por ellos.
El proveedor de las necesidades, al tener la capacidad para suplirlas, ejerce una línea de dominio tanto en la pareja como también frente a sus competidores masculinos; esto dado que esa ventaja competitiva monetaria le agrega valor en la relación socio-económica, haciéndolo más atractivo en el mercado, sin descartar la posibilidad de que con el tiempo el vínculo se torne afectivo como motor de la relación.
En general, en la actualidad, el hombre tiene que exhibir condiciones económicas para conquistar o ser demandado y del lado opuesto, la mujer, debe poseer atributos físicos que puedan ser mostrados en oferta para quien pague el mejor precio, incluyendo el efecto demostración para su competencia femenina.
Desde un enfoque de la economía, enamorarse implica establecer una relación de carácter monopólico o de monopsonio por parte del proveedor para satisfacer necesidades; de ahí los distintos grados de sumisión y dominio en la pareja, implicando que uno paga un precio más alto que el otro; de manera que, en la relación interpersonal del amor no se produce una relación recíproca perfecta, aunque en ocasiones en apariencia tienda a hacerlo.
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